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La contaminación lumínica se puede definir como la alteración de la oscuridad natural de la noche, provocada por luz desaprovechada, innecesaria o inadecuada, generada por el alumbrado de exteriores, la cual genera impactos en la salud y en la vida de los seres vivos.
Esta contaminación es un problema del que la comunidad científica viene advirtiendo desde hace tiempo; sin embargo, algunos datos empiezan a generar alarma: el 80% de la población mundial vive bajo cielos contaminados.
Las medidas de ahorro energético han obligado a reducir la iluminación nocturna, siendo las lámparas LED la principal alternativa elegida, ya que permiten un ahorro energético de hasta un 70%, pero los LED de luz blanca presentan un inconveniente, y es que aumentan la contaminación lumínica. Este es el motivo por el que la contaminación lumínica en Europa está creciendo: la transición a las lámparas LED de luz blanca.
En España, la ley prohíbe que se apague el alumbrado público por la noche, ya que está considerado un servicio esencial. En ciudades como Madrid, las luminarias se autorregulan y se ajustan automáticamente según la necesidad de iluminación; y Canarias y Cataluña han sido las primeras comunidades en elaborar una ley del cielo. El motivo fundamental en las islas fue proteger los observatorios astronómicos, mientras que en Cataluña fue para proteger el ecosistema del Parque Natural de Montsant y toda la comarca del Priorat.
La contaminación lumínica tiene efectos tanto en la salud de las personas como en los ecosistemas.
Los estudios han demostrado que la exposición a altos niveles de contaminación lumínica, especialmente la luz azul de los LED durante la noche, se asocia al mayor riesgo de padecer cáncer de mama y de próstata.
La exposición a luz artificial en horario nocturno reduce la producción de melatonina, hormona que regula el reloj biológico, lo que provoca alteraciones en el sueño y que nuestro reloj se altere y envíe por la noche señales que debería enviar durante el día. Es lo que se conoce como cronodisrupción. Hay estudios que asocian este fenómeno con diversos problemas de salud, como enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes, insomnio, falta de concentración o problemas de fertilidad.
A nivel medioambiental, esta contaminación tiene múltiples efectos, ya que los animales se fijan en la luz a la salida y puesta del sol y en la luna para determinar cuándo salir de sus escondites para cazar, buscar alimento, migrar y aparearse, por lo que todo tipo de vida salvaje se ve afectada por la contaminación lumínica.
Las luciérnagas utilizan la luz para enviar señales a sus posibles parejas, pero la contaminación lumínica eclipsa estas señales, por lo que se estima que esta contaminación, junto con la pérdida de hábitat y el uso de pesticidas, podría poner en peligro de extinción a algunas de las 2.000 especies de luciérnagas del mundo.
Las aves se desorientan con las luces brillantes de las ciudades, como es el caso de la pardela cenicienta, ave marina que anida en islotes y acantilados costeros de las Islas Canarias. Cuando los pollos hacen su primer viaje hacia el mar, se deslumbran, caen al suelo y no pueden remontar el vuelo, lo que provoca que cada año mueran miles de pollos al caer al suelo en calles y carreteras. En la isla de Tenerife, se llegaron a rescatar en veinte días 3.500 pardelas por este motivo.
En cuanto a las tortugas marinas, las luces costeras provocan que éstas no salgan a poner sus huevos en las playas, y las que lo logran no tienen garantizada su descendencia, ya que sus crías confunden las luces de farolas con el resplandor de la luna y no consiguen llegar a la orilla.
Incluso las plantas se ven afectadas por la contaminación lumínica, ya que la luz artificial nocturna altera las interacciones planta-polinizador.
Por estos motivos, países como Italia y Francia han desarrollado leyes de protección del cielo muy avanzadas. España aún no cuenta con una ley estatal de contaminación lumínica, si bien el Real Decreto del Gobierno establece el apagado del alumbrado de escaparates y edificios públicos, lo que repercutirá en los niveles de contaminación lumínica.
En contraposición, destaca el caso del país insular de Niue, en el Pacífico, que fue el primer país en convertirse en Santuario Internacional del Cielo Oscuro certificado en 2020.
Una ventaja que presenta la contaminación lumínica frente a la contaminación del aire o del agua es que puede eliminarse inmediatamente.